Hermana de la Caridad de Santa Ana
Entrevista a la Hermana Ana Silvia: Ana trabaja desde hace tiempo en Mbini, un pequeño pueblo de Guinea Ecuatorial, en África.
¿Qué lleva a una persona a entregar su vida por los más desfavorecidos, renunciando a su propio tiempo e intereses personales?
Desde joven quería ser misionera, aún sin saber bien qué significaba eso, qué implicaba. La educación que he recibido en mi familia, en el instituto público y en la parroquia obrera de mi barrio me llevaron a ir comprometiéndome poco a poco en cosas muy diversas, hasta encontrar mi “sitio” como Hermana de la Caridad de Santa Ana.
Todos estamos llamados a entregar la vida porque la vida está para darla, gestarla, compartirla, regalarla... "Quien guarda su vida, la pierde", nos recuerda el Evangelio. Estoy convencida de que es la única manera de vivir, de ser feliz, cada uno desde la vocación a la que ha sido llamado. Yo no me cambio por nadie, soy feliz así y aquí.
Podría decir que es el AMOR lo que me impulsa cada día a compartir la vida con este pueblo de África.
Ahora estás desempeñando tu labor desde Mbini. ¿Cómo se ve el mundo desde aquel lugar?
Mbini es un precioso lugar en la costa del golfo de Guinea, un pueblo donde la gente sigue viviendo casi al día, sin preocuparse por el tiempo; gente con fuertes creencias en Dios y en sus tradiciones, hospitalaria con todos; gente que sufre mucho a causa de la corrupción, la injusticia, el poder de unos pocos. También salpicada por la globalidad que a veces le hace querer vivir a un nivel y con una cultura que no es la suya.
Mbini, como todo Guinea Ecuatorial, necesita todavía mucho tiempo para aprender a caminar por sí sola, y eso es lo que las Hermanas hacemos: acompañar un proceso que sabemos que es largo y lento.
¿Cuánto tiempo llevas allí? ¿Cuánto ha cambiado la comunidad en todo este tiempo?
Llegué a Mbini en 2002, pero la Congregación llegó en 1980 y hemos sido muchas las hermanas que hemos ido pasando por aquí durante estos treinta y cinco años, cada una aportando lo que era a esta misión. Es bonito comprobar cómo la gente sigue recordando a las hermanas que han compartido la vida con ellos y que recuerdan ese "estar acompañando", caminando a su lado, compartiendo las alegrías y las penas que la vida trae consigo.
Desde que llegué aquí, hace trece años, ha cambiado todo mucho, en apariencia. El país entero ha mejorado, gracias al boom del petróleo: tenemos carreteras asfaltadas, modernos puentes, fuentes de agua en las ciudades, altos edificios con cristales, grandes supermercados, etc. Pero la gente sigue teniendo las mismas necesidades de educación y de sanidad, de justicia y de democracia, de honestidad y responsabilidad.
Háblanos de las limitaciones, las necesidades, las dificultades a las que te enfrentas cada día.
Cuando me levanto cada mañana, lo hago en el “nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Ofrezco a Dios el nuevo día, que me regala sabiendo que estará lleno de sorpresas y oportunidades, y con Serrat dijo: "Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así". Y todos los días hay "sorpresas" que se convierten en oportunidades de entregarse.
Necesidades, todas y en todos los ámbitos. Si me centro en lo educativo, que es lo que más conozco, diré que ahora que estamos comenzando el curso escolar: vemos niños de 9 y 10 años que no saben leer ni escribir: la implicación y valoración de las familias en la educación de sus hijos es mínima, los alumnos de estudios superiores no pueden continuar por falta de medios, muchas niñas interrumpen sus estudios por atender la casa o quedarse embarazadas, el profesorado en general es poco responsable... y, por supuesto, la inversión real del gobierno en educación es nula.
¿Y cómo lidias con todo eso? ¿Qué soluciones se plantean desde la misión?
Con una gran dosis de ilusión, optimismo, esperanza y sobre todo paciencia y mucho, mucho humor. Vivimos confiadas en Dios, sabiendo que esta tarea que llevamos entre manos es suya.
Buscamos soluciones entre todas las hermanas, no estamos solas, contamos con el apoyo de la Iglesia, de la Congregación, de la Fundación Juan Bonal.
Llamamos a muchas puertas, unas se abren y otras no, pero no nos desanimamos. Lo nuestro es "sembrar", compartir nuestra fe y vivirla en medio de este pueblo. Acompañando, sobre todo a niños y jóvenes, en su crecimiento, a descubrir al Dios que late aquí, en medio de una naturaleza exuberante, de la sencillez de la gente pobre, de las creencias tan arraigadas que tienen.
¿Nos hemos olvidado de África en el primer mundo?
Más bien, diría que somos indiferentes a la vida y al sufrimiento de tantos pueblos, no solo de África. Estamos más pendientes del futbol, de la crisis, de la moda, de los cotilleos, etc.
Se sabe de África cuando aparece alguna noticia en los medios pero, después, nada. Y hay mucha gente que está ayudando (misioneros, voluntarios padrinos…), pero eso no es noticia.
África es el continente de la esperanza, aunque también la gran desconocida. Hay mucha riqueza aquí: recursos naturales, gente joven, valores y tradiciones... África tiene tal encanto que te atrapa, llegas y ya no quieres irte.
¿Cómo ves el futuro de la comunidad en la que trabajas?
Más que futuro, veo presente, presente hecho día a día, desde lo cotidiano, en el encuentro sincero y fraterno con cada persona. Yo disfruto compartiendo la vida con este pueblo africano. Aunque tenga que superar cada día muchas dificultades, tengo muchas alegrías.
Hoy mismo, me decía un antiguo alumno, que está en la universidad y cada verano viene a saludar y echar una mano en lo que necesitemos, "Hermana, si alguno de los que hemos pasado por el colegio Mª Rafols llegará ser alguien, vendríamos a cuidar nuestro colegio, nos encargaríamos de que no faltara nada porque gracias a la educación que nos habéis dado podemos ser alguien en la vida y tener un futuro".
Si se te concediera un deseo, ¿qué pedirías?
¿Sólo uno? Bueno, si me centro en el aquí y ahora, diría que inyectar una buena dosis a este pueblo guineano de esfuerzo, espíritu de superación, honestidad, responsabilidad y humildad.
Pediría también que no hubiera ningún niño en ninguna parte del mundo que tuviera que vivir las consecuencias de la debilidad del hombre, que todos pudieran siempre vivir felices con sus necesidades básicas cubiertas.
Tu mensaje para todos nosotros:
Todos somos invitados a ser "misioneros de la misericordia", desde un lugar o desde otro, de una manera o de otra. Ser misionero es vivir desde, por y para el Amor.
Y, sobre todo, GRACIAS. Gracias a todos los que hacéis posible que esta misión de Mbini tenga continuidad: colaboradores y padrinos de la Fundación Juan Bonal, que colaboráis en la formación integral de tantos niños y niñas. Sabéis que, sin vuestra generosidad y apoyo, esto no sería posible.
Hermana Ana Silvia
Hermana de la Caridad de Santa Ana